viernes, 4 de mayo de 2012


La invención de Hugo


La invención de Hugo
Supe que iban a hacer una película de La invención de Hugo Cabret hace ya tiempo. Por un lado, me hizo mucha ilusión puesto que es uno de mis libros favoritos pero por otro… uf, me aterrorizaba pensar en cómo saldría, sobre todo después de haber visto algún que otro destrozo como Corazón de tinta, un gran libro, bueno, una buena trilogía que daba para mucho y que en cambio se quedó en un magnífico plantel de actores (como si la propia Cornelia Funke los hubiera creado). Si hubiera sido fiel a las novelas podría haberse convertido en un clásico del cine llamémoslo «familiar», esa categoría poco definida en cuanto a etiqueta pero con ejemplos a lo largo de los años que nadie duda en meter en el mismo cajón: ET el extraterrestre, Cristal oscuro, Rebeldes, La historia interminable, Los Goonies, Dentro del laberinto, Cuenta conmigo y, más recientemente, Stardust o Super 8. Se trata de películas protagonizadas por niños/adolescentes que generalmente viven una trepidante aventura que pone a prueba su madurez, su valor y la amistad entre ellos. Sí, podría decirse que son «familiares» porque son aptas para ver en familia, o «de aventuras», ya que es de eso precisamente de lo que tratan, pero sobre todo son amables de ver, son tiernas y entretenidas a partes iguales y, lo más importante, te dejan buen sabor de boca sin importar las dificultades por las que hayan pasado los personajes (como los libros). La invención de Hugo es todo esto (como el libro del que procede).
En pocas palabras, me ha gustado esta adaptación, creo que es respetuosa con la historia original y que conserva los puntos fuertes de la novela: es trepidante, es misteriosa, es tierna. Y para mí eso es suficiente: nunca va a ser mejor la película cuando el libro es insuperable. Siempre he pensado que además del argumento en sí, este libro tenía dos puntos fuertes que lo hacían recomendable para los lectores a los que en teoría se dirige (digo en teoría porque me parece que este es uno de esos libros que no deberían limitarse a la «edad recomendada»). El primero de esos puntos fuertes es que habla de una profesión casi desaparecida de tan olvidada como es la de los relojeros, esos que ven el mundo con forma de mecanismo y saben (afortunados ellos) dónde va cada pieza; y el segundo, que cuenta cómo fueron los inicios del cine a una generación que está muy, muy lejos de aquella época y que, completamente rodeados de la desbordante tecnología actual, no creo que se paren a pensar en que hubo un tiempo en el que había que girar una manecilla para que las imágenes se movieran como en la vida real. Se trata de un hermoso viaje al pasado como el que uno disfrutaría en un parque temático o en el Museo Arqueológico, apasionado y nostálgico. Es admirable cómo conjuga todos esos elementos tan aparentemente inconexos para crear una obra sólida e íntegra «narrada» no siempre, o no únicamente, a través de palabras y que en conjunto se convertía en una emocionante aventura.


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